El spleen de Saturno o Mekong River
Me siento como en casa en los bares de travestis. El Mekong River está en el corazón del barrio rojo de Amsterdam. El cartel de la puerta anuncia “Thai Bar” y efectivamente la mayoría de los presentes tienen toda la pinta de ser tailandeses. La chica/o de la barra me sonríe. Pero el asunto no es lo que parece. Muy a mi pesar, debo insistir. Porque en este ir y venir – siempre más cerca de lo que me gustaría del centro del invierno- el monólogo se torna monosilábico. No puede ser de otra forma, me repito a mí mismo. Y no obstante haberme comprado un Rolex, se me hace imposible sacudirme ciertos hábitos de la clandestinidad. “Como un bolchevique”, apuntilla el travesti cubano que tengo a mi izquierda. Después –como quien no quiere la cosa- sugiere un intercambio de almas. Me niego a estafarlo. Se ríe. Es evidente que nadie –excepto yo- está cansado en el Mekong. Todos bailan, charlan o se contonean sin dejar de sonreír. La música parece la cortina de un dibujo animado japonés; y me recuerda que ya nunca seré como Koji Kabuto. No la veo venir: una marejada de falta de ambición me arrastra y me deja encallado en la barra. En ese mismo instante, media docena de hombres con aspecto de catedráticos hace su entrada. “Profesores universitarios. De Delft” me susurra al oído la chica/o de la barra. Asiento. Su presencia choca de frente contra mi estado de ánimo. Me parecen ridículas aquellas caras llenas de anteojos tomando whisky con 7up. Se me cuela una imagen de Sartre practicando capoeira en la Plaza Roja de Moscú. El ambiente empieza a cargarse de erudición. Me repugna la erudición. Huele a autoridad. Es inaceptable tanta confianza en el conocimiento. Prefiero desconfiar. Y lo hago. De todo. Ya ni siquiera espero que me remolquen hasta la costa. Ya no. Hace años que abandoné la búsqueda de algún skater del Tao que me iluminara. “¿Prefieres apagarte solito?” me pregunta el travesti haitiano del vodka-tonic. Otro fan de la anfibología, sospecho. Cae la madrugada. Y sin la menor intención de ser sincero conmigo mismo, el Mekong me parece un buen lugar para abismarme. No tengo apuro. Nadie me corre. Pero antes hablo un rato con la chica/o de la barra. Su aliento huele a granadina.
Juanjo Saturno
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