Friday, June 02, 2006

El caso Adinolfi (I)


En el que se comenta muy superficialmente la desaparición de Adinolfi y la aparición de "los Baleirón" y Detective Kàral. También se habla un chiquitín de mi prima. La de Guernica.

Mi último encuentro con César Adinolfi fue un chascarrillo del azar; pura casualidad que le dicen. El siglo veinte ya nos daba la espalda y estaba a punto de colarse por el túnel del Tiempo con paso de murga. Me lo encontré en la agencia de viajes “La palometa” de Lomas de Zamora. A diferencia del resto de los turistas finiseculares, buscaba el último lugar del planeta en el que se vería el amanecer el primer día del nuevo siglo: “para estirar un poquito la noche” me dijo. Después vino un silencio que aún hoy persiste. “¿Sabés algo de Adinolfi?” es una pregunta que hice y me hicieron miles de veces en los últimos años. Respondí y me respondieron siempre lo mismo: “nada”. Lo cierto es que nadie se preocupó demasiado por su suerte. La familia canceló la suscripción a la revista “Nuevas tecnologías agrarias de la era post-soviética” que tenía contratada hasta el 2032 y los amigos pagamos las deudas que acumulaba en los bares. Punto final. Como si no hubiese existido. Obviamente que los rumores y las hipótesis sobre el paradero de César llovieron durante años en el Conurbano y en la zona sur de Maldonado. No faltó quien asegurara que Adinolfi había cumplido su sueño de abrir una sucursal de “El chivito de oro” en Reykjavík. Si bien alguna vez había comentado que hacer realidad ese proyecto, sería anudar las dos pasiones de su vida: el chivito y las sagas islandesas; nos parece económicamente improbable que lo haya logrado. Lo dicho, casi seis años sin saber nada de nuestro compañero. Pero la tortilla se dio vuelta hace dos semanas con el deslizamiento de un sobre por debajo de una puerta. El buenazo de Elías, un cartero como los de antes, dejó una carta anónima en casa de mi prima. La de Guernica. La nota, evidentemente escrita por un ventrílocuo colombiano, nos instaba a sus amigos a preguntarle “a los Baleirón” por el paradero de Adinolfi. Con la asistencia de la guía telefónica, llamamos a todos los Baleirón del país. Nada. Tres días después –lo recuerdo muy bien porque era el cumpleaños de Roy Scheider- decidimos contratar a un profesional para dar con nuestro compañero. El maestro Gigena propuso convocar a su viejo amigo Detective Karàl. Después de 25 años urdiendo guerras y entrenando guerrillas, Karàl había decidido volver a casa para abrir una escuela de detectives privados en el departamento de Canelones. Adiestrado por la KGB de Brezhnev (jamás se aclaró la relación de ninguno de los dos con el atentado de Juan Pablo II de 1981) y viejo conocido de los servicios de espionaje y contraespionaje de medio mundo; a todos nos pareció el mejor candidato para ocuparse del caso. Hasta la República Oriental nos dirigimos con Gigena, para suplicarle que aprobara rápidamente a sus dos alumnos y se entregara en cuerpo y alma a la búsqueda de nuestro amigo. “Acepto, aunque de mala gana. Y si el Papa tiene algo que ver con el asunto, me lo cargo” decía el fax que ayer nos envió a la redacción. No me cabe duda de que se trata del inicio de lo que será recordado como “El caso Adinolfi”.

Semiólogo

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